viernes, marzo 31

la conjura de los necios

Dice John Kennedy Toole, al principio de su inmortal y desternillante novela, que podemos descubrir dónde hay un genio porque vemos que todos los necios se han conjurado contra él y tiene toda la razón. En este mundo en que vivimos los necios suelen agruparse en diversas formas; desde colectivos reivindicativos de cualquier cosa hasta grupos de amigos, desde partidos políticos hasta la tuna, desde la redacción de un periódico o una emisora de radio hasta en la sociedad clasista más inaccesible.
Cuando uno no tiene la razón suele buscar compañeros de viaje que le fortalezcan en sus decisiones, que le hagan sentirse importante. En la masa, todos somos sabios. En el anonimato del grupo cualquiera puede tirar la piedra y esconder la mano. Es algo viejo y conocido. He visto presidentes de falla dando lecciones de moralidad y regulando el tráfico a su manera jaleados por el resto de falleros. He visto presidentes de finca que, pese no haber estudiado nunca, son arquitectos e ingenieros en sus reuniones con los vecinos. He visto gente que ha leído estudios de estados unidos que avalan lo que a ellos les interesa. Y siempre, todos esos necios, iban acompañados de grupos de palmeros que les reían la gracia.
Lamento decirlo, pero se han cometido más barbaridades en nombre de la libertad de expresión que en el propio acto innombrable de la censura. Bajo el prisma de que acá cada cual puede decir lo que quiera, el más necio de la clase coje un micrófono y se pone a dar una lección de oratoria y hasta de física cuántica. El mafioso habla de moral y de virtud y el vago de lo mucho que trabaja. El que nunca aporta nada positivo dice que está echando una mano y el que pega a sus hijos da una lección sobre educación.
Digo esto porque he vivido en mis carnes, en los últimos días, la unión de muchos necios contra mí, a resultas de argumentos falaces. Y reconozco que no soy un genio, pero los que, en nombre de la pluralidad y la democracia, del buen talante y del bien hacer, no hacen nada y, como el perro de San Roque, ni comen ni dejan comer, ni trabajan ni dejan trabajar, son como aquellos que rechazaron de forma unánime la maravillosa novela de Kennedy Toole por considerarla poco original y mala literatura. Aquellos no pasaron a la historia sino como una pandilla de necios que ni veía ni querían ver, y el pobre de Kennedy Toole como un magnífico escritor con una magnífica historia y un inmortal personaje, Ignatius Reilly, al que deberíamos tener en cuenta con más frecuencia.

miércoles, marzo 29

los renglones torcidos de dios

Suele suceder que, de pronto, un suceso, nos hace girar la mirada hacia la otra realidad; hacia esas otras vidas que, muy cerca de la nuestra, viven en un mundo paralelo, olvidado y lamentable. Sucede que, en esas ocasiones, nos lamentamos todos y pensamos, cómo puede suceder esto en el siglo que estamos, obviando la mayor de que no todos estamos en el mismo tiempo, ni en el mismo lugar, ni gozamos siquiera del mínimo privilegio de vivir con dignidad.
Cuento esto a propósito del incendio que ayer mató a cinco personas tullidas que no se podían mover de la cama en la residencia de San Lorenzo de Brindis, en Massamagrell. Imagino la escena y me provoca terror: cinco abuelos postrados en la cama, algunos de ellos discapacitados psíquicos, en su mundo que no entenderemos, y otros, simplemente inmóviles, tumbados en la cama, pensando en su nieto que perdieron, o yo qué sé, o en lo mal que le sabe que no vayan a verlo sus hijos. Cinco abuelos postrados - decía- y el incendio que se provoca. Uno de ellos, que todavía tiene entendimiento para no entender porqué lo dejaron allá abandonado, ve cómo el fuego se extiende. Pero no se puede mover. Y allí, por supuesto no hay nadie. Y el fuego avanza. Y el loco de al lado grita como un animal. Y allí no hay nadie. Y supongo que el humo les pudo asfixiar antes de quemarse vivos. Pero el caso es que, como a ellos, abandonamos a nuestros trastos inservibles y tratamos de olvidarlos. Hasta que se pegan fuego.
Y es que, en nuestro mundo, dios escribe sus páginas con los renglones torcidos. Como en la maravillosa novela de Torcuato Luca de Tena, nos adentramos en ese otro mundo que convive al otro lado de la manzana y empezamos a comprender sus entresijos, sus reglas, y acabamos preguntándonos quién es el loco: aquel que perdió la razón porque le atropellaron a su niño, o aquel otro que, sintiendo la molestia de tener que atenderle, lo abandonó en una cama para olvidarlo hasta que un día muere pasto de las llamas y el suceso, y sólo el suceso, hace que pase al umbral de lo que nos interesa. A nuestro mundo.

lunes, marzo 27

sobre héroes y tumbas

Los laberintos a los que se enfrenta Martín para tratar de llegar al corazón de Alejandra, los dos principales protagonistas de una -quizás- de las mejores novelas de la historia de la literatura, tienen tantos recovecos y tantas zonas de sombra que sólo los ciegos se muestran cómodos en su trayecto. De ellos es este mundo que nos muestra el genio de Sabato.
Por una parte Alejandra, como toda la gente cuando la llegas a conocer en profundidad, es todo un ser sinuoso y resbaladizo, complejo y repleto de luces y sombras; es Alejandra una princesa-dragón o un dragón-princesa. Y resulta imposible llegar a conocerla del todo. Ora es dulce y cariñosa como un niño, ora desaparece y te ciñe en un mar de silencios donde las preguntas quedan sin responder. Y ningún ser humano puede llegar a encontrarla ni a conocerla del todo.
El Buenos Aires que se dibuja en la novela, con sus barrios ricos venidos a menos, sus mansiones abandonadas, sus bares y cafés repletos de melancolía y sus parques apagados y silenciosos, es propiedad de los que manejan los hilos, de los que lo mueven todo, de los que deciden el destino de la gente que habla de fútbol. Y éstos son los ciegos.
Son ciegos porque su mundo está oscuro; porque no ven ni quieren ver, porque no les importa mirar lo que está pasando. Como en aquella otra maravilla de Saramago, Ensayo sobre la ceguera, es mejor no contemplar las miserias del ser humano: el que logra ver, se horroriza. Y preferiría ser uno más de la masa que se acomoda en su mundo sin luz.
Y, sin embargo, alguien tiene que ver la luz ténue al final del laberinto, aquella puerta lejana de la esperanza. Alguien debe caminar sin miedo en ese vericueto de sombras, donde es fácil tropezar con la pared infinidad de veces. Donde es sencillo caer. Donde, como aquel Martín maravillosamente enamorado de la ausente Alejandra, vale la pena llegar al final. Aunque sólo sea para ocupar su corazón por un instante fugaz. Aunque sólo sea para enseñar el camino a los que vendrán detrás. Aunque sólo sea para seguir queriéndola.

jueves, marzo 23

por qué cantamos

Para todos aquellos que hoy nos hemos levantado felices, y que observamos con horror que otros no lo hagan, y que se preguntan además cómo es posible que nosotros tengamos la esperanza de la paz; para todos nosotros, y para todos ellos, no he encontrado nada mejor que este maravilloso poema de Benedetti:

por qué cantamos

si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil

usted preguntará por qué cantamos

si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza

usted preguntará por qué cantamos

si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro

usted preguntará por qué cantamos

cantamos porque el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino

cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos

cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota

cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta

cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza

martes, marzo 21

el curioso incidente del perro a medianoche

Cuando estudiaba periodismo, recuerdo que nos solían explicar que "que un perro muerda a un hombre no es noticia. La noticia sería que un hombre moridera a un perro", en una de las máximas que, desde mi punto de vista de gaviero, demuestran que este mundo lo hemos montado al revés. Por esa regla de tres, los diarios no nos hablan de la barbaridad de niños que se mueren de hambre cada día, de la cantidad de árboles que arrancamos cada minuto en el Amazonas o de la animalada de focas que matan a machetazos para hacer no se qué cosméticos. Y se pasan el día contándonos historias sobre el estatut, y tonterías varias, y, al final, perdemos la conciencia de lo que pasa. De lo que, de verdad, está pasando. Y normalizamos lo innormalizable.
Es un recurso acertado de la literatura representar el mundo que se quiere criticar a través de los ojos de un niño. Al no estar socializado con nuestra tontería, su mirada pura se convierte en la más crítica, en la más sencilla pero la más brutal, en la más clara. Sucede así con Mafalda, con el Principito, con el Cosimo de el barón rampante, y con muchos personajes más.

Sucede así con el Cristopher de la genial novela el curioso incidente del perro a medianoche donde, sin que sirva de precedente para el periodismo actual, un niño -un genio- trata de buscar la verdad tras descubrir el asesinato del perro de su vecino. Lo que para muchos no dejaría de ser un incidente sin importancia para el protagonista del libro es el inicio de una larga aventura para descubrir la verdad del mundo. Un desenlace vital. Y eso es, precisamente lo que lo diferencia del resto. Eso es lo que hace que su visión sea tan diferente de la nuestra. Eso es lo que nos debe hacer pensar.
Este fin de semana, en Valencia, ha sido noticia el indulto de un toro en la Feria de Fallas. Ha sido noticia que salga vivo de la plaza. Para todos los Cristophers del mundo esta noticia debería ser la normal. Es decir, no habría sido noticia. Para todos los que estudiamos periodismo, para todos los que leemos los periódicos, para todos los socializados en este mundo de locos, ha sido una noticia curiosa. Para el Cristopher de el curioso incidente el normal hecho de que masacraran a un toro cada vez que se monta la fiesta sería una experiencia vital y trascendente, y se pondría a buscar sin descanso cuál es la verdad, qué es lo que narices está pasando en este mundo que nos rodea.

lunes, marzo 20

crash

Quizá sea el momento en que todos debamos fijarnos en el mundo que nos presenta Crash. En un ambiente multiracial y multicultural, donde hasta el idioma es un impedimento para la comprensión entre los personajes que desfilan por las calles de la ciudad de Los Ángeles, o por cualquier ciudad, nada es blanco ni negro, todo se viste de matices diversos.
Como observaba ya el emperador Adriano de Margeritte Yourcernare, "los hombres más opacos emiten algún resplandor: ese asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de sus esclavos es quizá un buen hijo...". Aquí cada cual carga con sus prejuicios y con sus complejos, con sus buenas intenciones y con sus culpas. Y al final, sólo la colisión de unos con otros, sólo sus roces en las anónimas calles, provoca que se pongan a reflexionar con claridad sobre qué estamos haciendo con la vida de tanta gente que se desgasta en este gran mundo.
El indio que regenta un pequeño comercio cree que el negro afroamericano que le cambia la cerradura le va a timar, el chino que representa a la multinacional del seguro se siente mal por el papel que le ha tocado jugar. El blanco policía que abusa de su poder, cuida con mimo la enfermedad de su padre. El que, cargado de buenas intenciones, sube a un autoestopista para demostrarle su buena fe, acaba matándolo. Como en la vida, nada es lo que parece en Crash y las cosas suceden a veces más por lo que pensamos que piensan los demás que por lo que pensamos nosotros mismos.
Y de pronto, en una maravillosa escena que me recuerda al desenlace de Magnolia, todas las vidas se cruzan y todos colisionan. Y como en el big bang, de la gran colisión surge la vida nueva, la esperanza nueva, el milagro de la niña con su coraza invisible. Y todo vuelve a empezar. Y tenemos, de nuevo, la oportunidad de tratar mejor a los demás, de no dejarnos llevar por nuestros prejuicios. Y tenemos una nueva oportunidad para cambiar las cosas.

viernes, marzo 17

la esperanza del mar

A los veinticinco mauritanos que han sido devorados por el mar en su vano intento de llegar a su tierra prometida, que es la nuestra, hemos ido a recogerlos con un buque que se llama esperanza del mar. Veinticinco muertos más. Hasta en eso nos reímos de ellos.

jueves, marzo 16

el viejo y el mar

Ayer estuvo por Alicante Gustavo Zerbino, y aunque su nombre no nos suene a nada, es uno de los supervivientes de una de las tragedias más espeluznantes que recuerda nuestra memoria, el accidente de avión en los Andes que tuvo perdidos a los maltrechos pasajeros que quedaron con vida 72 días entre un amasijo de hierros, nieve y amigos y familiares muertos. Sus reflexiones sobre liderazgo en la adversidad, obviamente, son interesantes, pero más destacable es, desde mi punto de vista, su sencilla pero arrolladora conclusión final: en todos los ámbitos de su vida ha sobrevivido porque ha sabido marcarse metas claras y seguirlas hasta el final. Incluída en la tragedia, donde la meta era, precisamente, sobrevivir.
En una de las epopeyas más emotivas de la historia de la literatura, El viejo y el mar, ese hombre "que hacía tres días que no pescaba nada" se empeñó en pescar el pez más grande que se recordara en el pequeño puerto marinero donde vivía, y su admirable empeño y su manera de mantenerse vivo en su lucha contra la adversidad, hizo posible que el viejo consiguiera su meta y sirviera de ejemplo para el niño que siempre creyó en él, aunque lo tomaran por loco.
La historia está repleta de héroes, algunos conocidos y otros no, que se empeñan en romper pronósticos y salir adelante, que consiguen logros que parecen inalcanzables o que sobreviven entre la mayor de las adversidades y su secreto es siempre su capacidad para conseguir fijarse metas y empeñarse en lograrlas a pesar de las dificultades.
Hoy el escritor e intelectual Francisco Ayala cumple cien años con todas sus capacidades físicas y mentales en plena forma y, ante las preguntas sobre su estado ha contestado que "ahora me marco metas por horas". Como el emperador Adriano de Margaritte Yourcernare, al final de sus días, despejaba incógnitas sobre su muerte y cambiaba su horizonte temporal, Ayala mantiene vivo su espíritu y lo adapta a sus circunstancias para continuar vivo en todos los sentidos. Y nosotros, desde nuestra gavia, tenemos que aprender día a día de todos estos viejos y de sus mares, de lo que nos dicen sus obras y de los que nos cuenta su empeño.

miércoles, marzo 15

las áfricas

Al principio de los tiempos, cuenta García Márquez, Macondo era tan antiguo que las cosas no tenían nombre, y para hacer referencia a ellas, éstas tenían que ser señaladas con el dedo.
He tenido la ocasión, este fin de semana, de leer un previo del libro de reportajes Las Áfricas, en el que el periodista de La Vanguardia Bru Rovira recoge algunos de sus escritos sobre la difícil realidad africana. Me he acercado a ese libro, insisto, y, de inmediato, un destacado del reportaje me revuelve las entrañas: "los refugiados no ponían nombre a sus recién nacidos hasta que cumplían un año y demostraban que eran capaces de vivir".
El grandísimo abismo que nos separa de los países del Sur, en ocasiones, se hace más visible por los detalles más pequeños. Acá, mi hijo ya tenía nombre seis meses antes de nacer: se le esperaba bien, sano, repleto de vitalidad y repleto de artilugios materiales de escaso valor verdadero. La angustia vital de las áfricas se demuestra en la incertidumbre sobre la propia supervivencia. Allá, hasta vivir es un milagro demasiado poco frecuente. Por eso, a los niños, no quieren ni nombrarlos hasta que no se aseguran de que saldrán adelante.
Y yo les entiendo: buscar un nombre a una persona ya significa quererla demasiado. En una canción maravillosa de Quique González, interpretada en primera instancia por el añorado Enrique Urquijo, Aunque tú no lo sepas, él le dice a ella que la quiere con tanta intensidad que hasta "he inventado tu nombre". Y es que inventarse el nombre de alguien es como hacerlo tuyo un poco, tener un secreto suyo, poseerlo de alguna manera. Cuando queremos a alguien nos volvemos un poco egoístas y pretendemos tener algo en exclusiva con ellos. Por eso, nos inventamos el nombre de la persona amada y por eso, en las áfricas, no quieren soportar el dolor de perder, casi seguro, a alguien a quien han tomado demasiado cariño, al que han querido demasiado.
Y vuelvo a Macondo y veo que, en cierta manera, en los campamentos de refugiados del África, a los niños menores de un año los queremos tan poco, nos importan tan poco, que no les ponemos ningún nombre y para dirigirnos a ellos los tenemos que señalar con el dedo. Y entonces creo que nuestra responsabilidad desde el Norte debería hacernos ir allí y comenzar a ponerles nombres a todos.

martes, marzo 14

el principito

De todos los pasajes de uno de mis libros -y supongo que el de muchos- de cabecera, en el más estricto sentido de la palabra porque está permanentemente sobre mi mesilla de noche, El Principito, mi favorito es aquel en que el principito no entiende que, hasta lo más insignificante, no tenga un sentido y un porqué.
Así, cuento de memoria, el principito se pregunta para qué sirven las espinas que fabrican las flores, y, al insistir en su pregunta, se le contesta que para nada, que eso no tiene importancia, que no se preocupe por esas menudencias. En una respuesta sublime, que cito textualmente, el principito dice: "Hace millones de años que las flores tienen espinas y hace también millones de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores. ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las flores pierden el tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor gordo y colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?".
A menudo saco a mi memoria esta contestación del principito para no olvidarme de lo que realmente tiene importancia. Por mi trabajo, escucho de la gente más problemas relacionados con la eterna batalla entre los corderos y las rosas que preocupaciones por asuntos que, en los medios de comunicación y en la vida política, se consideran asuntos de gran trascendencia nacional.
Escribía mi amigo y fenomenal escritor (me niego a llamarlo periodista) Carlos Aimeur, en su zoocolumna de los sábados en El Mundo, que no conocía de entre sus amigos a nadie que le preocupara el estatut de Catalunya y que la gente se preocupaba mucho más, digamos, por cómo narices iba a pagar la hipoteca, por qué película ir a ver en su escaso tiempo libre, o por cualquier otra cosa que apenas tenía eco en los medios de comunicación.
Vamos, que, como decía Sabina en una de sus maravillosas canciones, a pesar de la angustia vital de un desencuentro amoroso (quizás uno de los problemas más importantes con que se encuentra alguna vez en la vida cualquier ser humano) hoy amor, como siempre, el diario no hablaba de ti. Ni de mi.

viernes, marzo 10

historia de la eternidad

Cuenta Jorge Luis Borges en su historia de la eternidad que existe una forma de pensamiento en Asia que niega el presente, y que resume su filosofía de vida y de ver las cosas con la siguiente frase: "la naranja, o está en el árbol, o está en el suelo. Nadie la ve caer".
No he tenido tiempo de revisar antes de mi escrito el mentado ensayo de Borges, pero, desde que lo leí, he pensado mucho en esa frase que resume, no sólo la filosofía hindú que referencia el escritor argentino, sino nuestra forma de hacer las cosas en la actualidad. Vamos tan rápidos que no valoramos el presente ni lo saboreamos, pero tampoco planificamos el futuro. Así, siguiendo con el símil, tiramos la naranja al suelo de tal manera que no tenemos tiempo siquiera de recogerla, y se pudre siempre, sin remisión.
Ayer leí en la prensa que, ante la proliferación de vuelos y escalas, compañías aéreas y aviones en el cielo, todo por llegar unos minutos antes, con unas horas de antelación sin hacer ni escalas, para no perder tiempo, estamos contaminando la atmósfera de tal manera que en cuarenta años no se podrá ver el universo desde la tierra. Lo primero que pensé, mirando a mi hijo de siete meses, fue: "Rubén, se acabaron las noches románticas. Esas en las que los jóvenes de antes nos tumbábamos en la arena de la playa a contemplar las estrellas y a charrar". Porque si, el hielo se dehiela, y el mar se llena de petróleo, arrancamos el Amazonas como la piel a jirones, convertimos los vergeles en desierto y acabamos con el agua, y, además, apagamos las estrellas en la noche, de tanta rapidez y de tanto vuelo, no sé que les va a quedar a nuestros hijos, ni a los hijos de nuestros hijos.
Y no he querido hablar de la agricultura de esta huerta nuestra que nos estamos cargando: "La naranja, o está en el árbol, o está en el suelo. Nadie la va a recoger", que dirían por acá.

miércoles, marzo 8

la casa de las bellas durmientes

Ayer, día ocho de marzo, no pensaba salirme del guión. Pensaba escribir sobre la casa de las bellas durmientes, la deliciosa novela de Yasunari Kawabata. Una obra sobre la soledad de las soledades que nos describe un hotel para solitarios, un hogar comprado por horas donde, los hombres que se sienten solos, van a dormir acompañados de bellas señoritas, sin rostro y sin presente, para, al menos, sentir el calor de un cuerpo en la soledad de la noche. Y solamente dormir. Y ellas solamente acompañan. Calladamente. Sin ánimo de nada. Sin ganas de nada. Sólo el de acompañar a viejos solitarios en su descanso nocturno.
Iba a escribir sobre Kawabata, insisto, en una especie de reflexión en voz alta sobre el papel que ha jugado -y está jugando- la mujer en esta y en muchas otras sociedades donde -desafortunadamente- no se sabe respetar al otro.
Iba a comentar algo sobre eso y pensé: a quien no se respeta es al que se ve más débil. Al que se ve más débil físicamente. Al que menos tiene. Al que molesta porque está enfermo. Al que no ha tenido la fortuna de ser un triunfador en la vida. Al que está mayor. En esta sociedad de hoy en día no discriminamos por el mero hecho de la religión, el sexo o la raza. Discriminamos por el dinero. Tanto tienes, tanto vales. No debería existir ningún ocho de marzo. Nos hemos convertido todos en unos hipócritas y yo ya estoy harto de que el más fuerte tenga que aplastar siempre al más débil. Y sólo nos acordamos de ello cuando nos dicen que tenemos que celebrar algo.

martes, marzo 7

el hombre león

Cuando era pequeño, en un extraño cine de un hotel del Valle de Arán, vi la peor película de la historia del cine, el hombre león. En ella, un hombre con las garras, la agilidad y la fuerza de un león combatía contra infinidad de enemigos, en una batalla continua sin tregua, argumento ni cuartel.
El caso es que, en una de las primeras escenas de la eterna y absurda batalla, el hombre león saltaba con agilidad por encima de un enemigo que se avalanzaba sobre él y de un zarpazo mataba al enemigo siguiente, un actor con bigote que, extrañamente, y pese a estar muerto, volvía a aparecer entre una muchedumbre de combatientes unas escenas después.
Siempre he desconocido si la repetida aparición del mismo actor con bigote se debía a despiste, falta de presupuesto y actores de bulto o a cualquier otra extraña razón, pero lo bien cierto es que, para sorpresa mía y desparrame del personal de la sala, unas escenas después, el hombre león volvía a matar al mismo actor con bigote, y así, si no me engaña la memoria, hasta cinco o seis veces en la misma película. Al final, como es natural, la gente se lo tomaba a cachondeo, y cuando en alguna escena el actor del bigote repetía la escena, nunca mejor dicho, los espectadores abucheaban, reían y pataleaban en los asientos.
Desde este fin de semana, estoy empezando a sospechar que, posiblemente, ese actor con bigote se convirtió un día en presidente del gobierno, y, cuando todos creíamos que estaba muerto, vuelve a aparecer en las mismas escenas y con las mismas frases y mentiras de siempre, insultando cuando no está de acuerdo y vanagloriándose de ser amigo de Bush o encabezar una cruzada histórica contra el mal. No he revisado la película de el hombre león, pero seguro que el actor de bigote se le parece. Si es así, y con el permiso de Ed Wod y su Plan 9 me reafirmo en que el hombre león y su actor secundario con bigote son la peor película y el peor actor de bulto de la historia del cine.

lunes, marzo 6

queda la noche

Entre mis libros favoritos, en mi perfil, he situado uno de Soledad Puértolas (Queda la noche)entre otros que son considerados grandes novelas de la historia de la literatura. Y lo he hecho porque para mí las novelas de Puértolas tienen algo muy especial: sus personajes no realizan grandes hazañas, no son demasiado especiales ni curiosos; simplemente son personas corrientes que dejan la vida pasar. Así, las atmósferas que nos presenta Soledad Puértolas nos muestran unas vidas serenas que pasan lentamente en el interior de un hotel o en una salita de casa revisando un viejo album de fotografías, al igual que ocurre en la magnífica Lost in Translation de Sofia Coppola. Lo importante es lo que piensan y lo que sienten, cómo miran al pasado y cómo viven el presente, sin ningún ánimo de avanzar.
No sé cómo hacemos hoy para comportarnos justo al contrario de lo que nos proponen Puértolas o Coppola. En lugar de saborear los momentos los devoramos, como al fast food. No tenemos tiempo para nada, ni siquiera para pensar en lo que tenemos. Pasamos por la vida tan rápido que no nos paramos a ver el paisaje. Desfallecemos queriendo conseguir demasiadas cosas al mismo tiempo y no nos damos cuenta de qué conquistas han valido la pena y cuáles no.
El domingo hizo viento y me pasé la tarde mirando por la ventana. No hice nada. Tan sólo escuchar música de la de antes. Y eché de menos a mis amigos, a mis antiguas amigas, a la vida esa lenta donde quemábamos las tardes sin saber qué hacer. Y pensé: si no consigo frenar un poco y disfrutar de mi hijo y de mi mujer y de mis amigos, seré lo contrario de lo que he querido siempre ser; un personaje de Puértolas, un actor olvidado en un gran hotel de Tokio viendo la vida pasar rápida por allá abajo, en la ciudad donde nadie se para.

viernes, marzo 3

la invención de morel

En la extraña isla de Villings de Adolfo Bioy Casares, Morel inventó una máquina para que sus únicos habitantes vivieran eternamente, en una especie de película que se repetía día tras día y proyectaba las imágenes de los que vivieron como si aún estuvieran viviendo. Así, su amada, paseaba cada mañana hasta ver el amanecer en la playa, tomaba café, regresaba a la casa, en una ilusión de vida normal que en realidad no existía, y él podía contemplarla para la eternidad.
El otro día me llamó la atención la reflexión de una señora que no se explicaba porqué en esta sociedad nos empeñábamos en luchar para que nuestros mayores vivieran cada vez más tiempo si luego, cuando se hacían viejos, los apartábamos como trastos inservibles y los dejábamos prácticamente abandonados, como le pasaba a Morel con su amada.
Nos empeñamos en vivir hasta la eternidad en una especie de vanidad divina que sobrepasa al ser humano. Nos creemos dioses. Pero en el fondo, nuestros grandes propósitos se desvanecen porque no nos ocupamos del día a día. Buscamos grandes logros para ser felices y, en la dificultad de la búsqueda, nos sentimos desdichados, pero no nos ocupamos de aquellas pequeñas cosas que hacen que nuestros días tengan sentido.
Para mí, afortunadamente, la noticia más importante de la semana es que a Rubén le han salido dos dientes o que ha aprendido a soplar. Y ese soplido es como un milagro; un gran avance, un acontecimiento fundamental. Pero en muchas otras cosas he hecho siempre lo que decía la señora del otro día. Morel acaba de solucionarlo de la manera más sencilla:
"Podría haberles dicho, al llegar: Viviremos para la eternidad. Tal vez lo hubiéramos arruinado todo, forzándonos para mantener una continua alegría. Pensé: cualquier semana que nosotros pasemos juntos, si no sentimos la obligación de ocupar bien el tiempo, será agradable. ¿No fue así?".

jueves, marzo 2

a propósito de bender

Mi querido Román:
Me dices que me notas demasiado agrio en mis últimas reflexiones literato-políticas y tienes razón, como casi siempre. Sabes que toda mi vida he pecado de subjetivo -¿y quien no?- y que determinadas actitudes de la gente de acá y de allá me enervan el alma. Verás: desde mi posición de gaviero, allá arriba del mástil, el sol azota fuerte y endurece la piel, como al pescador que lucha contra los elementos en el viejo y el mar; la tramuntana te retumba en la cabeza y, en ocasiones, no te deja respirar; la sal del aire te agria los sentidos. En fin: sabes que no es fácil estar siempre al pie del cañón y no enfurecerte por algunas cosas. Pero te hago caso y trataré de ser más amable, y, de paso, cambiar de vez en cuando de tema, que tanto politiqueo me cansa hasta mí, aunque intente aderezarlo con novelas, películas y músicas maravillosas. Así que, amigo Román, cambio de registro y espero que la dureza del mar, como las ramas de los árboles, no me impida contemplar la belleza de las olas.

miércoles, marzo 1

teoría y práctica de los círculos

El tiempo en Cien años de soledad era circular, y las catástrofes, las desdichas, las soledades y las desgracias del universo de Macondo se repetían eternamente. Por más ocasiones que los Buendía tuvieran para rehacer sus vidas, para cambiar su destino, el tiempo, y los acontecimientos que se repetían, volvían a dejar un paisaje desolado y unas almas destrozadas en aquella aldea universal de barro y cañabrava. No había solución.
En Atrapado en el tiempo, la película de Harold Ramis interpretada por Bill Murray, el día de la marmota se repite también sin cesar, pero, en este caso, el protagonista va aprendiendo de sus errores, y, lejos del pesimismo de García Márquez, asistimos a un final feliz: el ser humano ha aprendido y consigue, tras múltiples tropiezos, ser feliz.
La situación política actual me recuerda mucho a la teoría de los círculos, pues la situación que estamos viendo a través de los medios de comunicación la he vivido ya con anterioridad: cuando yo gobierno exijo respeto a mis decisiones, llamo pancarteros y radicales a los manifestantes, malos españoles a los que discrepan y pido consenso a mi manera de entender la lucha antiterrorista. Cuando no gobierno, monto bulla, hago ruido, insulto, proclamo la destrucción del mundo. Mis medios de comunicación me sirven de altavoz. Chillan. Todo les vale para conseguir el poder. Y ¿cuando lo consigo qué?: recorto los derechos de los que menos pueden, enriquezco a mis amigos con el poder, llamo pancarteros a los manifestantes, malos españoles a los que discrepan... Llevamos más de sesenta años viendo a la misma derecha de siempre, y sólo de nosotros mismos depende de si aprendemos como Atrapado en el tiempo, o si nos condenamos a cien años de soledad, y, como los Buendía, no tenemos otra oportunidad sobre la faz de la tierra.