martes, diciembre 2

el viaje del elefante

Dice Saramago, en una preciosa entrevista publicada hace un par de semanas en El Pais Semanal, que no le hablemos de la muerte porque ya la conoce. Dice que la vio de cerca, que nadie sabe cómo escapó de sus brazos que ya le abrazaban. Dice que ha vuelto con el espíritu sereno. Que no tiene miedo. Y dice, además, que, en unas condiciones físicas lamentables, casi sin explicárselo, continuó escribiendo su nueva novela, "el viaje del elefante", donde cuenta "el empeño del rey portugués João III de regalar a su primo el archiduque de Austria un elefante hindú que llevaba dos años en Lisboa, y la aventura que supone trasladar en comitiva ese animal hasta Viena". Dice Saramago que hay una frase en el pórtico de la novela que pertenece al Libro de los itinerarios: "Siempre llegamos al sitio donde nos esperan".
Y como siempre tiene razón. Todos podemos identificar nuestra vida con el viaje de ese elefante, con las pericias que debe sufrir la comitiva en el paso de sus días, con la gente con la que se encuentra, y con la que se desencuentra, y con el largo camino de aprendizaje que debe recorrer, para, al final, llegar al sitio donde a uno le esperan.
Supongo que esa precisamente debe ser una de las mayores satisfacciones de la gente mayor: han hecho su trecho, han recorrido su camino, y, al final de sus días, pueden quedarse tranquilos, con el espíritu en calma, porque han llegado allá donde les esperaban. Tal vez sea junto a sus nietos, o rodeados de la familia, o en cualquier otro lugar. Pero es el viaje acabado con éxito. Por triste que sea la mirada de Saramago, por amarga que haya sido su lucha contra la muerte, hoy puede edcir muy alto que ha llegado donde todos le esperábamos. Ojalá a nosotros nos suceda lo mismo.

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