miércoles, mayo 31

cuatro narraciones sobre las apariencias

Durante una temporada, por influencia de Soledad Puértolas, el libro de relatos de Gianni Celati, cuatro narraciones sobre las apariencias, fue mi libro de cabecera. Un libro de cabecera es aquel que tienes en la mesilla de noche y que no te puedes quitar de la cabeza, durante una buena temporada. En uno de los magistrales relatos de este libro, Celati nos cuenta la historia de Baratto, un exboxeador que, cansado de la vanalidad de la vida y del lenguaje, opta por no decir nada que no sea absolutamente imprescindible. Más allá de las convenciones sociales, más allá de la educación y el decoro, el protagonista del cuento se niega a comunicarse con los demás hasta que no tenga algo trascendente que decir, y, fruto de esa toma de posición, prácticamente deja de hablar.
Ciertamente en esta vida hay muy poca gente que tenga algo interesante que decir. Si nos damos cuenta, la mayoría de las palabras, sobran. Hay gente que habla por hablar, que habla sólo por protestar y que grita o ronronea por criticar, pero jamás aporta nada positivo para la vida de la gente. Como le sucedía a Baratto, incluso las convenciones sociales están llenas de conversaciones absurdas. La típica escena del ascensor, por ejemplo: qué tiempo más malo, ¿eh?.
En política este hecho se multiplica por diez. Ayer fue el debate del estado de la nación y, al repasarlo por los periódicos, la radio y la televisión, no puedo dejar de pensar en Baratto. Lo único verdaderamente importante, los caminos que nos han de conducir a la paz, se excluyó del debate. De eso ni se habló. Claro que no es de extrañar, porque en este país parece que hay demasiada gente aún interesada en que la paz fracase.
Sí que se trataron vanalidades, cifras y palabras huecas por parte de la oposición. Pero soluciones a los problemas de la gente, propuestas en positivo, no hubo ninguna. Cuando estaba hablando el líder del PP, mi mujer me dijo: pero esto, ¿le interesa a alguien?. Y la verdad es que no. Los periodistas alimentan a los políticos y los políticos a los periodistas, y yo creo que la gente de a pie está preocupada por otras cosas.El papel del presidente del gobierno es diferente: ha de aportar propuestas, crear en la gente nuevas esperanzas, defenderse de los ataques de la oposición. Pero no vimos en los otros ninguna aportación importante para la vida de las personas. Si hubieran hecho como Baratto, no hubieran salido ni a la tribuna. Es triste que la política sea así de destructiva. Uno tiene un mandato de cuatro años para llevar a cabo las propuestas que considere importantes y el otro se pasa cuatro años insultando y negándose a aportar ideas o proyectos ilusionantes. Para eso, quizá sería mejor que nos callásemos todos.

martes, mayo 30

guerra y paz

Creo que era en la magna novela de Tolstoi, guerra y paz, en la que se comenzaba con la imagen desoladora del final de la batalla. Un gran valle lleno de muertos, y de cañones volcados, y de caballos relinchando en el suelo, agonizantes. Y un superviviente, maltrecho y malherido, pidiendo ayuda entre los montones de cadáveres y el olor a pólvora y sangre en el aire. Y llegaba el emperador con su séquito, revisando el triste final, paseando por el lugar de la victoria, oteando el horizonte. Esa imagen pulcra, impactante, enorme vista desde el suelo, era la esperanza del superviviente. Han llegado para salvarme. Pero el emperador, desde su altivez, pasaba por el lado del malherido y ni lo veía.
Ayer leí la triste historia del montañero aficionado David Sharp que, tras conquistar el Everest en una gesta solitaria, murió congelado a 800 metros de la cumbre cuando iniciaba el descenso y el regreso a casa. Mucha gente muere intentando realizar la gesta más importante de su vida, aunque la utilidad de la misma sea puesta en duda; esa no es la cuestión más triste de toda esta historia. Lo peor es que, mientras el montañero agonizaba y se congelaba y le fallaba la respiración por falta de oxígeno, cerca de cuarenta montañeros -también aficionados- pasaron por su lado en ascenciones organizadas por agencias de viajes de aventuras y nadie se detuvo a socorrerlo, ni los organizadores de la aventura ni los usuarios de la misma.
Ante tal desoladora noticia, me sobran las metáforas: hoy nos preocupamos tanto de conseguir nuestra meta a costa de lo que sea que no nos detenemos siquiera a mirar al prójimo. Si hay que chafarlo, se le chafa. Y si pide ayuda, no vamos a perder nuestra gloria de la ascensión a la cumbre por pararnos a ayudar a un moribundo. Imagino a los montañeros que sí regresaron contando en casa sus hazañas: "esta es la foto en la cumbre del Everest, esta en la que puse mi banderita. Todo fue bien; la organización de lujo. Al descender vimos a uno que se estaba muriendo el pobrecito. No sé si alguien le sacaría de allí". A David Sharp nadie lo sacó ni le dio oxígeno y murió ante los ojos de los demás en su ascensión sin sentido. Tuvo que ser un Sherpa, un habitante de esas montañas, el que finalmente se acercara a él y le diera su botella de oxígeno. Ya era tarde. El propio Sherpa llamó a la familia para comunicarles el fallecimiento. Su cuerpo sigue allí, congelado a 800 metros de la cumbre. A veces, no entiendo al hombre.

viernes, mayo 26

el barón rampante

Casi sin querer, sin preverlo, he hecho coincidir la historia de Madame África con el día mundial del continente africano. Ayer, como un gong, volvieron a dar las cifras. Y resulta difícil que, entre la frialdad de los números, por muy escandalosos que sean, podamos intuir tanta miseria, tanta vida trunca, tanta desgracia. Acá, nos damos cuenta de lo que pasa en el piso de abajo cuando llaman, desolados, a nuestra puerta. Cuando los cayucos, o las pateras, o las olas del mar nos arrojan a centenares de africanos que buscan acá el paraíso que no merecieron perder. La solución del gobierno no me parece la más acertada: ampliar el número de barcos vigía, de helicópteros que visualicen cual águilas a los que intentan esca de la infamia no parece el enfoque más adecuado.
Quizá deberíamos hacer todos de vez en cuando como Cosimo, el barón rampante, que, harto de las injusticias de sus padres y de la imposición social y educativa de su condición de barón, se encaramó a un árbol, en un acto de rebeldía, y no bajó de él hasta el día de su muerte. Cosimo desde entonces tuvo otra visión del mundo diferente de la tradicional. Creó un mundo paralelo en los árboles y, desde allí, ayudó e intervino en los asuntos del mundo de abajo.
Y eso es, precisamente, lo que está haciendo Madame Africa, una española al frente de una pequeña ONG cuasi desconocida que, gracias a su visión diferente y a su trabajo sin descanso ha hecho disminuir hasta en un 70% la inmigración ilegal de Guinea Conacry hacia nuestras fronteras. Su método es el más sencillo pero el más eficaz: ella y su equipo han grabado un vídeo con la verdad. Lejos de presentar nuestro país y nuestra Europa como el paraíso donde todo es posible, ha enseñado a los africanos la triste realidad de lo que sería su vida en el cielo: la primera, las mafias que dominan y controlan los pasos en cayucos; la segunda el mar, con su dureza y su crudeza, y los centenares de cuerpos que, maltrechos, no llegan nunca a su destino final; la tercera, la llegada, la captura de los ilegales y su confinamiento en centros donde no se puede ver el sol; y la cuarta, para los que subsisten a las tres primeras, su futuro acá: sin trabajo digno, algunos condenados por las propias mafias que los han traído a la prostitución; ortos que no saben ni donde caerse muertos; los otros los explotados, trabajando bajo invernaderos a 50º de bochorno por sesenta céntimos al día...
Madame Africa y su equipo han ido allá a ayudarles y les han dicho la verdad: esto es lo que os vais a encontrar en nuestro paraíso. Mejor será que os ayude yo a crearos una tierra que os de de comer y donde no seais un estorbo que, a algunos les asusta, y otros respetan menos que a los animales. Ayer soñé con ella y me gustó su vida en los árboles.

martes, mayo 23

mujer de rojo sobre fondo gris

En la que es, posiblemente, la más sentida novela de Miguel Delibes, el genial autor nos narra cómo, durante la larga y pesada enfermedad de su mujer, que finalmente la conduciría a la muerte, se ve incapaz de escribir nada. El escritor, reflejado en la obra por un pintor sin ideas para pintar cuadros, está vacío, exhausto, encerrado en un horizonte negro, sin futuro. En una de las escenas repetidas más bellas y sensibles de nuestra literatura, él baja del desván donde tiene su estudio, y, ella, postrada en la cama, consumiéndose, le pregunta: ¿qué, ya han bajado los angelitos?, en referencia a la diosa inspiración. Y él baja la cabeza y le dice que no, que no hay manera, que no hay nada en su desconsuelo.
Pero el día de la muerte llega. Y con él, la desaparición del ser amado. Y con ella, el vacío. Yo no sé cómo la gente es capaz de superar las ausencias que nos provoca la muerte. El escritor, recordando aquella figura de color rojo, único color sobre el fondo gris de aquellos días, comienza su febril tarea: y todos los angelitos bajan de golpe. Y escribe una magistral novela, en memoria de su amada. Y la recuerda a través de sus escritos. Y la vuelve a vivir de esa manera. Y deja para nuestra memoria todo su amor en forma de libro.
Muchas veces el presente es tan gris que uno no tiene fondo con el que escribir. La realidad zafia no inspira la creación literaria, ni la periodística. Uno se muestra hastiado de escribir de Zaplana, de Acebes y de Rajoy, de Pedro Jota y Jota Jota. Pero, de pronto llega la mujer de rojo. Ayer soñé con ella. Y con ella llega la esperanza. Y una luz se vuelve a abrir. Mañana hablaré sobre ella. La llaman Madame Africa.

miércoles, mayo 17

pedro páramo

A veces me sucede que, igual que Juan Preciado en la monumental novela de Juan Rulfo, confundo ficción con realidad, los sueños con los hechos, las conversaciones imaginarias con las que sí han tenido lugar. Es una sensación difícil de explicar, pero a uno le crea cierta inseguridad, cierta sensación de flotar, de vivir en un hilo. Como el que separa la vida de la muerte, en la fantasmagórica Comala de la novela de Rulfo.
Sucede esto cuando las cosas van tan deprisa que uno no tiene tiempo siquiera de detenerse a pensar en ellas. Activamos la mente y la memoria con tal aceleración que pensamos las cosas a la vez que las hacemos, o las pensamos un poco antes, y entonces uno puede llegar a confundirse. Anoche no podía dormir y mis pensamientos sobre los quehaceres y acontecimientos del día discurrían como un torrente de tal manera que, al despertar, en duermevela, no sabía qué conversaciones habían tenido lugar ayer y qué conversaciones había imaginado que ocurrían.
Al leer el periódico esta mañana se ha acentuado esa sensación: soñé o creí soñar que Eduardo Zaplana había comprado a una tránsfuga para acceder a la Alcaldía de Benidorm. El hijo de Maruja, la susodicha, todavía trabaja en Canal 9, creo, sin pasar ninguna oposición. O quizá lo soñé, ya no lo sé. Tampoco sé si escuche unas conversaciones en las que el mentado mártir perseguido de Zaplana decía que estaba en política para enriquecerse, y amén que lo ha conseguido, o eso creo que soñé. Y pedía un coche a un constructor, igual que luego pidió un pisito de más de 500 millones en la Castellana. Y el dinero se lo llevaban en bolsas, eso acá, en la Comunidad Valenciana, lo saben todos los empresarios que se precien y que se mueven por el mundillo, o ¿son sólo seres fantasmagóricos los que le acusan con pelos y señales?. Ya no lo sé. Leo El Mundo (que me perdonen mis amigos) y veo que es un hombre honrrado, que lo da todo por su patria, que nunca miente ni lleva relojes de 36.000 euros el más barato. Veo que el pobre está perseguido, y nosotros sí que somos unos delincuentes por acusarle. Y que me perdone Juan Rulfo: en su maravillosa Comala no debe caber gente como Don Eduardo. O sí. Allí también estaba el cacique del pueblo, un tal Pedro Páramo.

lunes, mayo 15

el péndulo de foucault

Resulta difícil resumir, en un breve párrafo, el contenido de esta magna obra de Umberto Eco que me dejó muchas noches en vela. Sus intrahistorias, sus idas y venidas a los hechos más trascendentes de la humanidad, sus reinterpretaciones de los mismos son tantas, y tan variadas, que uno no sabe por dónde debe empezar a contarla. Porque las novelas son para contarlas, y para escuchar cómo nos las cuentan. El péndulo de Foucault es, en este sentido, una novela difícil, porque sus protagonistas, inventores o descubridores del gran Plan que hace que gire la historia de la humanidad, dominada por quienes mueven los hilos de los acontecimientos, repasan los grandes hechos de nuestro tiempo para filtrarlos a través de su teoría de la conspiración. Es así como surje la historia. Para los protagonistas de Eco no es como nos la han contado, sino que tiene multitud de matices y multitud de interpretaciones diferentes a la luz de su descubrimiento de un gran plan mundial trazado por una secta de dominadores.
Estos días he vuelto a pensar en el péndulo de foucault tras la lectura de la reinterpretación de la historia que se realiza desde el periódico El Mundo o desde la Cope. Los terroristas del 11 M, según su teoría de la conspiración, tenían hilo directo con ETA, y aunque en esos días el Ministerio del Interior y la CIA estaban en manos del PP, su investigación estaba dirigida para beneficiar políticamente al PSOE. Esta trama, que siguen alimentando los medios de comunicación de los obispos y el de pedro jota (¿sus actuaciones en la cama con Exuperancia sí son dignas de tomar la comunión y no una boda entre homosexuales?) sería digna de escribir una novela si no fuese por la charlotada de sus argumentos: el otro día abrían la portada a cinco columnas con un titular que decía "los terroristas de la furgoneta se dejaron una tarjeta del grupo mondragón", que la investigación desechó por ser una prueba insulsa. Según El Mundo, el grupo vasco Mondragón es un grupo empresarial ligado a ETA. Días después tuvimos la respuesta verdadera: la tarjeta no era del Grupo Mondragón, sino de la Orquesta Mondragón. Lamentable y digno de burla nacional.
Ahora resulta que Eduardo Zaplana, el que compró a una edil para ser Alcalde de Benidorm, el que fue grabado en conversaciones con empresarios pidiendo coches de lujo y dinero, el que se compró un pisito en la castellana que se ha demostrado que con sus ingresos a los demás no nos salen las cuentas, está siendo objeto, nada menos, que de una conspiración felipista (¿?) para denigrarlo, él que es el más honrrado de este país. Si no fuera porque sus argumentaciones, y las bases sobre las que se sustenta esta teoría son tan cutres y tan poco sostenibles como la ya mentada del grupo mondragón, o como lo que nos quieren hacer creer ahora que Terra Mítica es el mejor parque de España, creería que estos personajes son dignos de el péndulo de foucault. Sin embargo, a la vista de sus argucias, han de conformarse con ser como el Código Da Vinci, por mucho que a los obispos les molesten estas comparaciones.

martes, mayo 9

la madre

Mis recuerdos sobre esta revolucionaria novela de Maximo Gorki son vagos e imprecisos, pues hace tiempo que la leí, pero parte de un detalle, sin embargo, que no he podido olvidar. En esta historia de la lucha proletaria y el sueño comunista de la rusia de principios de siglo XX, la madre del joven revolucionario acusado de insurrección, ante la muerte de éste, y para evitar que las autoridades confirmen la realidad de que era él el que distribuía los panfletos contra el régimen establecido, comienza su particular revolución: se pone ella a repartir panfletos y soflamas revolucionarias. Si una vez mi hijo ya no está, continúan apareciendo los panfletos que él repartía, quedará libre de toda culpa, pues pensarán que no debía de ser él el instigador, viene a pensar su madre. Y se lanza en una revolución más importante que la que comenzó su hijo. A la revolución ideológica de las proclamas que reparte, se une la rebelión de una madre por querer mantener impoluta la reputación de su hijo, pese a que está muerto.
He pensado muchas veces en esta reacción, que sólo es imaginable en el amor que una madre puede sentir por su hijo. Al hijo se le perdona todo, se le tapa todo y todo en él se comprende. Es uno de los mecanismos extraños que tiene el amor de verdad: hace que justifiques y entiendas las razones del otro, por muy inexplicables que parezcan. Es, además, algo loable. De hecho, si todos nos quisiéramos un poquito más, si supiéramos ponernos como la madre en la piel del otro, aunque sólo fuera un instante, las cosas funcionarían seguramente mejor de lo que funcionan. Aunque eso parece una utopía difícil de imaginar.
Sorprenden, sin embargo, los que adoptan la postura radicalmente contraria a la de la madre: aquellos que, cuando la acción viene del adversario, del que piensa diferente a él, está mal pase lo que pase. Aquellos que condenan al oponente aunque ya no esté. Aquellos que, se oponen a toda idea o proposición que surja del que considera que está enfrente.
Estos días que se celebraba el día de la madre he pensado bastante en la novela de Gorki, pero no por el amor más allá de todo razonamiento que puede una madre sentir por su hijo, sino por la cantidad de gente que adopta la posición absolutamente contraria. Los juicios de valor sobre la toma de posición de Evo Morales, apoyado por más de un 85 % de la población; la persecución a los agentes de la autoridad que actuaron ante el linchamiento que pretendían dos manifestantes contra el ministro Bono, al que trataron de agredir por la calle; la complacencia y el silencio ante los escándalos financieros y de corrupción de Zaplana, por poner sólo tres ejemplos de lo que está sucediendo hoy en día, no vienen sino a poner el acento en las enormes injusticias que cometemos cuando juzgamos al otro. Los míos, todo bien, hasta las bombas. Los otros, unos irresponsables, ante los intentos de conseguir un poco de paz.

viernes, mayo 5

el cuento de la isla desconocida

Un día, un hombre llama a la puerta del rey y le dice: "deme un barco". Y el rey le pregunta: "y tú, ¿para qué quieres un barco?". Y el hombre le responde: "para buscar la isla desconocida". Y el rey le dice: "no hay islas desconocidas, todas las que existen están ahí, en los mapas". Y el hombre le dice: "precisamente por esa razón, por que es desconocida, no está en los mapas, y como yo sé que aún así existe quiero encontrarla, por lo que necesito un barco".
Como sucede en el cuento de la isla desconocida, pequeño relato del genial Saramago, existen en este mundo dos tipos de personas: los que se conforman con el estatus quo existente, al juzgarlo la única alternativa posible, y aquellos que sueñan con algo mejor, con la utopía, y no cesan en buscar la forma, más allá de los mares, de mejorar las cosas.
Soñar con posibilidades imposibles a priori es creer en la fuerza y la voluntad humana. Si uno piensa que todo está hecho ya, que las cosas no cambiarán por mucho que se empeñe en lograrlo, posiblemente no se equivoque jamás, pero con su actitud no llegará a conseguir grandes reformas.
Las islas desconocidas están ahí, y tenemos la obligación de ir a buscarlas. ¿Por qué hemos de criticar al que, intentando mejorar la lamentable situación de su país, se empeña en actuaciones arriesgadas e impopulares a nivel mundial, pero, al fin y al cabo, lícitas vías para conseguir que su tierra salga adelante?.
En este primer mundo nuestro nunca he visto a nadie escandalizarse del saqueo que, potentes gobiernos y potentes empresas, con su capital por delante, realizan de los recursos humanos y naturales de la gente del tercer mundo. Llegar a Somalia y arrasar para llevarse todos sus diamantes; arrivar a cualquier país sudamericano para volar las minas y quedarse con todo el carbón, mientras la población esclavizada trabaja por tres cuartos de moneda, en condiciones paupérrimas, no está mal. Es lo que hay y es lo que existe en nuestro mapa del bienestar. Tratar de devolver a tu país el poder del gas, o explotar los recursos naturales de la manera que creas que es mejor para tu tierra, es una intromisión insoportable, para muchos. Para mí, es como ir a buscar la isla desconocida. El que emprenda ese viaje convencido de que está ahí, aunque no la encuentre, tiene todo el derecho del mundo a regresar de vacío, aunque desde acá todos se empeñen en que no emprenda nunca ese viaje.

miércoles, mayo 3

tokio blues (norwegian wood )

Aunque aún no he acabado de leer está maravillosa novela del japonés Haruki Murakami, ya siento la necesidad de escribir sobre ella, y, me temo, no será la última vez que lo haga. Tokio blues nos habla de los entresijos de la memoria, de la soledad y del amor imposible. Pero me interesa fundamentalmente el primero de los temas.
Resulta curioso: como le sucede a Watanabe, el adolescente protagonista de la novela, la memoria se empeña a veces en olvidar hechos fundamentales para quedarse con los pequeños detalles, esos que marcan al espíritu y conforman nuestra manera de sentirnos en cada momento. Es como si el alma solapara a la mente, los sentimientos a los sentidos. Cuando Watanabe paseaba con su amor Naoko por esos interminables valles de los alrededores de Tokio, sólo estaba interesado en ella, en sus gestos, en sus palabras. Sin embargo, cuando recuerda la escena años después, en su ausencia, es incapaz de recordar con exactitud su rostro, pero le vienen a la mente detalles en los que antes no había siquiera reparado: ese color de la hierba, ese pozo en la tierra detrás de un matorral, ese ladrido de un perro a lo lejos, el olor del aire.
Uno no sabe qué mecanismos tiene la memoria para recordar, qué vericuetos se siguen por las neuronas en nuestro cerebro, pero es capaz de olvidar lo malo para quedarse con los detalles hermosos que nos hacen la vida más fácil. Al final, Watanabe llega a concluir que el dolor no se cura nunca, pero sí se olvida, porque cuando un detalle, un olor, una canción como el título maravilloso de los Beatles que acompaña al nombre de la novela, nos devuelve la vista atrás, volvemos a sentir el dolor de antes, aunque atenazado por la distancia y el tiempo, que casi hace que se nos olvide todo. Y esta costumbre de olvidar, necesaria supongo para la supervivencia humana, nos puede hacer que no valoremos la realidad en su justa medida.
Yo, que soy sensible a los pequeños detalles, me doy cuenta que, hace tres años España iba bien todos los días, pese a las guerras, pese a las bombas, pese a la sangre, y ahora resulta que, sólo tres años después, España se rompe, sin bombas, sin guerras, sin nada. Lo que no sé es que extraña canción es la que me trae estos recuerdos. Será mi manía de leer El Mundo o escuchar La Cope antes de empezar a trabajar.