martes, noviembre 25

la ciudad redonda (II)

Publiqué hace unos días en este blog un dibujo que hice hace tiempo, la ciudad redonda, donde hablaba de la imposibilidad de dos personas para encontrarse, en el espacio y el tiempo. Pero el mundo da vueltas y las cosas vuelven siempre a su lugar. Poco a poco. La pasada semana vi a una persona que hacía muchos años que no veía. Al principio, no la reconocí, por lo inesperado de aquel encuentro, aunque, en realidad, no había cambiado apenas. Me sorprendió su voz. Es extraño lo fácil que olvidamos los tonos, la forma de hablar, las expresiones de alguien con quien hemos hablado durante interminables horas. Al contrario de lo que siempre había pensado, no sentí nada extraño, sólo el paso del tiempo.
Nos vimos en una librería. Compré varios libros, como siempre, uno de ellos de Murakami, After Dark. Me dijo que le encantaba el autor, que lo seguía como yo. Son extraños los gustos compartidos en los que el uno no ha influído en el otro. Quizás esos gustos nos llevaron a encontrarnos hace ya mucho tiempo e influyeron en que nos volviéramos a ver, muchos años después, como en los cien años de soledad. Hablamos de las familias, de los hermanos, de la abuelita, de mis hijos. Cuando vemos a una persona que dábamos por perdida en este mundo que en el fondo es como un pañuelo, me sorprende la naturalidad del encuentro. Nadie mira hacia el pasado, aunque está ahí. Quizás sirva para que la experiencia de lo vivido nos haga sentirnos cómodos el uno frente al otro. A los pocos minutos de hablar parecía que no hubiéramos dejado de vernos nunca.
Ha vuelto a ver el dibujo de la ciudad redonda. Una amiga mía con mentalidad matemática y artística me dijo que ese dibujo era una mentira. Que en un mundo circular, dos personas podían encontrarse siempre, porque había mil variables que podían facilitar el encuentro. Me dijo que había tenido que dibujar dos paralelas hacia el infinito y a una persona en cada una de ellas. Tenía razón. La semana pasada el mundo dio una vuelta más, aunque inesperada. Y las cosas siguen exactamente en el mismo lugar donde las dejamos.