el cuento del mono titiritero
Ahora, cuando soy yo el que, pase lo que pase, me siento al regazo de mi hijo Rubén para ayudarle a soñar con cuentos maravillosos, me encuentro con la paradoja de que, por mucha inventiva que le quiera poner, mi hijo me reclama todas las noches que le cuente el mismo cuento, y no es otro que el del mono titiritero.
Supongo que ocurre que a los niños les encanta la seguridad y sentir que controlan la situación, por lo que prefieren escuchar siempre una historia que ya conocen, aunque también pueden ser cosas de la genética, y mi pasado sea ahora su presente.
Al fin y al cabo, nuestra historia se repite circularmente como en Cien años de Soledad, y parece dar vueltas sobre sí misma: siempre los mismos buenos propósitos, los mismos objetivos que no llegamos a cumplir, los mismos temores, los mismos fallos y los mismos arrepentimientos: por mi culpa, por mi culpa, por mi santísima culpa... Hemos inventado fórmulas para hacer más llevadero este mundo que discurre como en una espiral, y una de esas cosas son los sueños. Y contar cuentos, ayuda a tenerlos.
Cuando era pequeño anhelaba que llegara la noche para que mi abuelita me contara los cuentos y ahora anhelo que llegue para contárselos a mi hijo Rubén. Cuestión de genética o de este mundo que no para de dar vueltas.